sábado, 24 de noviembre de 2007

Sobre la libertad de expresión y el mercado

Fahrenheit 451 y Matias Prats

Últimamente mantengo una feroz batalla contra la discusión de cualquier tema en abstracto. Llevo observando ya un tiempo como la mayoría de los debates en los que triunfa la demagogia y el fariseismo son de esta naturaleza. Lo que se hace es cercenar un tema de su base real, elevarlo al vacío y circular alrededor suyo hasta que vence el agotamiento. Este sistema es ineficaz cuando lo que se pretende es sacar una conclusión a propósito de algo, pero muy conveniente si lo que se quiere es, precisamente, evitar la derivación de esta conclusión.

La discusión sobre la libertad de expresión es uno, de los muchos asuntos, a los que se aplica este criterio de abstracción. Ante una posición crítica sobre este derecho civil se suele responder que los ciudadanos tenemos garantizado este derecho por ley. ¿Dónde?, ¿Cuándo?, ¿Hasta que punto?, ¿En que manera?. Si respondemos a estas preguntas podemos empezar a hablar, si no, el debate resultara un treta con evidentes fines adoctrinadores.

Situémonos en España en este mismo momento. Es cierto que por ley los ciudadanos tenemos derecho a la libertad de expresión, según se recoge en el Título Primero, Capítulo Segundo, Artículo 20 de la Constitución Española vigente (destaco):

1. Se reconocen y protegen los derechos:

a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.

d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades.

2. El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa.


Introduzco a los medios de comunicación en la reflexión. La mayoría de personas obtienen su visión general del mundo de los medios. Del más lejano y del más cercano. Por ejemplo, si una persona vive tranquila en su barrio, pero ve en la televisión que en su ciudad ha aumentado el índice de criminalidad, saldrá a la calle con cierta precaución, a pesar de su percepción personal previa. La influencia total o parcial de los medios en la vida de la gente es otro tema, pero lo que está claro es que la tienen. Por otra parte los medios sirven o pretenden ser un amplificador de la realidad. Es evidente que no tiene el mismo impacto una opinión en este blog que en el periódico "El País", incluso la legitimidad social es diferente. Es decir, los medios de comunicación son en teoría una de las principales herramientas de la libertad de expresión.

En principio el escenario actual arriba descrito parece muy diferente al de una dictadura, por ejemplo, la franquista. En ella la libertad de expresión individual no existía, y los medios eran escasos y pasaban siempre el tamiz de la censura. La censura no es más que evitar que aparezca una opinión discrepante de la oficial en cualquier medio, ya sea una revista, un libro, o la televisión. Sin embargo, este control social tan explícito tiene un defecto, es muy evidente y crea una permanente tensión. El hecho de secuestrar una revista en la que se expresa una opinión X no evita que esa opinión desaparezca de la sociedad, en todo caso evita su propagación como idea y crea una tensión entre realidad y realidad publicada.

La pretensión de las élites sociales es mantener el statu quo u orden de cosas, es decir, en último término el sistema económico capitalista y el sistema social de clases. Para ello el control de la opinión y por ende de sus amplificadores, los medios, son imprescindibles. Si tienen que prescindir de la herramienta censura y otorgar derechos civiles, ¿Cómo logran que su opinión sea la mayoritariamente aceptada?. Respondo con una frase, hagamos que todo cambie para que no cambie nada

La forma más efectiva de control social es aquella que no se ve ni se percibe. Es más útil el convencimiento, aunque sea basado en mentiras, que el porrazo o el tanque. ¿Para qué censurar directamente si la propia sociedad de mercado ya se encarga de ello?. ¿Para qué encarcelar discrepantes si la propia superestructura ideológica ya se encarga de otorgarles un espacio marginal en el que son inocuos?. Esta es la clave para comprender la fractura entre el escenario ideal de las leyes y la realidad.

Pongamos el ejemplo de dos libros. Uno camina por el sendero del mantenimiento del orden de cosas. Se edita masivamente, tiene publicidad constante, se vende en multitud de librerías y además socialmente se legitima, invitando a su autor a debates, tertulias y actos culturales. El otro libro es crítico con el sistema. Tiene una edición minúscula, carece de publicidad, se vende en un par de librerías alternativas y su autor es desconocido. ¿Para que molestarnos en censurar el segundo libro?, la propia dinámica del mercado, es decir, el desigual abanico de oportunidades, se encargará de que no lo lea casi nadie. Lo peor de todo es que se acusará al segundo libro de que no se vende porque es peor y por tanto interesa menos a la gente.

Es posible que para la mayoría de personas que lean esto todo lo escrito anteriormente es una obviedad. Pero el hecho de que para la mayoría de ciudadanos de este país no lo es, hace que debamos reflexionar sobre los mecanismos legitimadores de este orden de cosas al que detestamos, con el objetivo de poder apuntar de forma más efectiva.

Como regla general la censura del mercado se aplica a cualquier obra u opinión que sea crítica con el orden social y por ende con el sistema económico. Se permite su creación y publicación pero se le otorga un eco cero, o bien, se habla de ella con la intención de desprestigiarla o falsearla adecuándola a los criterios de orden. De esta forma el sistema se reviste de un maquillaje democrático y a la vez evita la difusión de opiniones peligrosas para su supervivencia.

Me gustaría acabar añadiendo algo. ¿Qué significa que la censura directa aparezca en un sistema aparentemente democrático como este?. Creo que es un síntoma de que pese a este control de mercado sobre la opinión, hay ideas que por reflejar una contradicción social muy concreta saltan esta barrera. Es entonces cuando el maquillaje se cae y aparecen la multa y el porrazo.

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